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Las relaciones prohibidas en las películas de Woody Allen



La infidelidad y otras relaciones prohibidas han sido un tema recurrente en la obra cinematográfica de Woody Allen, actor, director y guionista de Nueva York. Están presentes en películas como Manhattan (1979), protagonizada por él y por Diane Keaton, basada en una serie de enredos amorosos que se atan y desatan con cada decisión de los personajes. Isaac Davis (Allen), un comediante de poco más de cuarenta, tiene un romance con Tracy (Mariel Hemingway), una muchacha de diecisiete años a quien no toma muy en serio y que está por marcharse a Londres para seguir sus estudios. Davis se acaba de divorciar de su segunda esposa por haberlo engañado con otra mujer, quien además prepara un libro basado en su experiencia matrimonial. Su mejor amigo, Yale (Michael Murphy), catedrático y escritor, parece estar felizmente casado pero tiene un romance con Mary Wilkie (Diane Keaton), una periodista de Filadelfia que busca abrirse camino en la compleja ciudad de Nueva York. Al descubrir que es incapaz de divorciarse Yale decide dejar a Mary, una mujer impulsiva y emocionalmente inestable, y anima a Davis a salir con ella, por lo que Isaac rompe con Tracy. Todo marcha bien entre los protagonistas hasta que Yale, celoso, decide recuperar a Mary, lo que termina confrontando a los amigos en un aula de la universidad de Nueva York, en una escena memorable.



La filmografía de Woody Allen cuestiona las normas morales, las transige. En Todo lo que siempre quiso saber de sexo pero nunca se atrevió a preguntar (1976), una película fraccionada en siete cápsulas, se proponen asuntos como la zoofilia –un doctor se enamora de la oveja de su paciente–, el fetichismo –el panel de un viejo programa de televisión intenta adivinar las perversiones sexuales de un cura–, o el uso de afrodisiacos –un bufón le da un bebedizo a la reina para conseguir su favor sexual–. O el caso del falso documental Zelig (1983): un hombre capaz de cambiar de apariencia, como un camaleón, es internado en un hospital psiquiátrico para ser tratado pero su psicoanalista se enamora de él. También están las películas Maridos y esposas (1992), en el que un profesor de literatura se enamora de una joven estudiante con talento mientras su esposa sostiene un romance con un compañero de trabajo; Hannah y sus hermanas (1986) –el esposo de Hannah, una actriz exitosa, se enamora de Lee, la hermana menor, y tienen un amorío, mientras que la otra, Holly, que vive a la sombra de Hannah, se enamora del exesposo de ésta–, y La provocación (2005), cinta dramática en la que el asunto principal –tomado de otra de sus películas, Crímenes y pecados (1989)– gira al rededor de una relación clandestina entre un jugador profesional de tenis, retirado y convertido en instructor, y la prometida de su alumno (que además es su cuñado). Como se ve, Woody Allen ha trabajado constantemente con las relaciones prohibidas y les ha imprimido un sello característico a cada una de sus producciones, ya sea en tono cómico o trágico, a color o en blanco negro, según le convenga.

Recientemente la familia Farrow, encabezada por la actriz Mia, exesposa de Allen y protagonista en más de una decena de sus películas, emprendió una campaña de desprestigio en su contra al reavivar viejas acusaciones de violación a su hija adoptiva, Dylan, cuando apenas tenía siete años. Y a pesar de que una corte neoyorquina lo declaró inocente al no encontrar pruebas de tal abuso, su hijo Ronan se valió del movimiento Me Too, creado por mujeres estadounidenses para denunciar los abusos sexuales, para exponerlo nuevamente a la afrenta del juicio mediático.

Más sobre nuestro número tres: Relaciones prohibidas



La acusación ya logró que varios actores repudiaran públicamente a Woody Allen declarando que nunca más volverían a trabajar con él. Otros más se han arrepentido de haber participado en sus películas. Incluso, el estudio con el que grabó su última película, Un día lluvioso en Nueva York, ha considerado, a raíz de este asunto, no estrenarla, rompiendo así la racha de Allen de publicar una película por año, ininterrumpidamente, desde 1980. Y se pone peor: podría ser que ningún otro estudio, al menos estadounidense, quiera tener tratos con él para no ser vilipendiados por colaborar con alguien con un estigma así. Ya le sucedió a Kevin Spacey: luego de las acusaciones por acoso sexual, Netflix decidió cortar su relación profesional con el protagonista de House of cards, serie que lo catapultó a lo más alto de la fama, y que significó el fin de la carrera del actor. Quizás estemos presenciando también el final de la prolífica carrera del cineasta más productivo de los últimos años. Y muy lamentablemente también estemos por perder la oportunidad de apreciar sus demás creaciones si la opinión pública, cada vez más moralista, decide censurar su obra por completo.

La vida del actor ha estado inmersa en otros escándalos, como su matrimonio con otra de las hijas adoptivas de un matrimonio previo de Mia Farrow, Soon-Yi, o que Ronan insinuara que en realidad podría ser hijo de Frank Sinatra, con el que Farrow mantuvo un romance en dos periodos, y no suyo. Este tipo de casos ha mermado injustamente su mérito como artista. Como si su vida y su obra fueran entes inseparables, o como si los escándalos de una anulara los méritos de la otra. ¿Qué será de la historia del cine si perdemos la oportunidad de ver películas de gran relevancia como Manhattan, Annie Hall, Jasmín azul, Medianoche en París, Sueños de un seductor, La rosa púrpura del Cairo, La maldición del escorpión de jade, o cualquiera de sus otras cintas, a causa del criterio estrecho y rígido de las nuevas generaciones que pretenden censurar todo lo que no se acopla a sus cánones? ¿El público debe imponerle sus normas morales al artista? ¿Debe el arte ajustarse a las reglas moralistas de su tiempo? ¿Cuál es el parámetro para saber lo que está bien de lo que no, y quién debe imponerlo?





Raúl Solís (Ciudad de México, 1989).

Escritor y editor independiente. Autor de los libros de relatos Ajuste de cuentas (Maldurmiente, 2015) y Un perdedor sin futuro (Lectio, 2017). Ha maquetado los diseños de Libros del Conde, desde el número uno. Actualmente coedita el fanzine Digresiones literarias en asociación con Francisco Fernández.

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