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Conociendo a Érica (y conociéndose uno mismo)

¿Quién no ha tomado alguna vez una decisión inoportuna? Parece inevitable que, cuando miramos en retrospectiva, no encontremos algún acontecimiento en nuestras vidas que pudo haber sido diferente si hubiéramos elegido un camino distinto. Es entonces que nos enfrentamos a la ineludible pregunta: ¿qué hubiera pasado si...? A veces sucede que esta duda genera arrepentimientos que, en casos extremos, pesarán en nuestra consciencia por mucho tiempo. El arte ha servido para descargar parte de estos arrepentimientos. El artista nos cuenta una (su) historia (en una novela, un cuento, en una puesta en escena), y nosotros lo escuchamos como a un buen amigo que, al explicarse, nos ayuda a entendernos a nosotros mismos.

¿Quién no ha deseado regresar el tiempo para corregir un error, una decisión mal tomada, o simplemente para revivir un gran momento? Desde la novela de H. G. Wells, La máquina del tiempo (1895), la posibilidad de viajar a otras épocas para conocer (y por qué no, cambiar) lo acontecido (o por acontecer) ha permeado en la cultura popular como uno de los grandes anhelos de la humanidad. En el cine están las películas de ciencia–ficción como Terminator (1984), en la que un robot viaja al pasado para asesinar a la madre del hombre que encabezará la resistencia contra la inteligencia artificial, que trata de acabar con la humanidad, evitando así su nacimiento; o el caso extraño de Hechizo del tiempo (1993), con Bill Murray, en el que el personaje queda atrapado en el Día de la Marmota hasta que descubre algo importante de sí mismo que lo ayuda a escapar de la pesadilla de vivir una y otra vez el mismo día. En televisión, está la serie Viajeros en el tiempo (1989-1993), en la que el físico cuántico Sam Beckett entra al acelerador de partículas en el que trabaja, y consigue saltar de época en época para arreglar los sucesos históricos que salieron mal. Y más recientemente está la serie española El ministerio del tiempo (2015-2017): se trata de una oficina secreta del gobierno que se encarga de proteger y preservar su historia nacional. El Ministerio nació durante el reinado de Isabel la Católica, y su misión principal es evitar que unos cuantos modifiquen el curso de la historia en favor de sus intereses. A lo largo de la serie vemos aparecer a personajes como Salvador Dalí, Lope de Vega, Pablo Picasso, Miguel de Cervantes, y otros tantos. Los episodios son contados de forma ágil y entretenida. Sin embargo, hay una serie que utiliza este concepto de los viajes en el tiempo de una forma distinta. No se trata de proteger la historia de un país, ni de salvar a la humanidad, sino de algo mucho más tangible y práctico: conocerse a uno mismo. Y qué mejor forma de hacerlo que en una terapia psicológica.





La serie se titula Being Erica (2009-2011) (aunque no estoy seguro me parece que el Canal Once, del IPN, la transmitió como Conociendo a Érica). Érica es una mujer canadiense de treinta y dos años que, en teoría, debería ser exitosa –es inteligente, culta, educada y, para rematar, bonita–, pero no comprende cómo es que su vida es un desastre en todos los aspectos: está soltera, tiene un empleo mediocre (del que la despiden por estar sobrecalificada), y sus relaciones sociales son un lío. Su familia la presiona constantemente para que no se rinda: la felicidad está allá afuera, solo tienes que seguir intentando. Cuando Érica se desmorona conoce al doctor Tom, un misterioso terapeuta que conoce todos sus secretos; la encuentra en su cama de hospital y allí le ofrece sus servicios. “En medio de las dificultades reside la oportunidad”, dice el doctor, citando al físico Albert Einstein, para invitarla a tomar su terapia. Al principio ella duda, pero se da cuenta de que en verdad necesita ayuda. Luego de vagar por la calle sin rumbo llega misteriosamente hasta el consultorio del terapeuta, que ya la espera. Allí le dice que tiene la oportunidad de corregir todo aquello de lo que se arrepiente, y lo único que le pide es que se comprometa a llevar la terapia hasta el final. Incrédula, acepta el tratamiento. Tom le pide que escriba una lista de arrepentimientos; luego elige uno. Y de pronto Érica es trasladada a la década de los noventa, fecha en que cursaba el bachillerato. Parece un sueño, o más bien, una pesadilla que a Érica le cuesta entender. Perdida y sin saber qué tiene que hacer con exactitud vuelve a vivir ese día de su pasado hasta que reaparece el doctor Tom para explicarle que tiene la oportunidad de enmendar el error de aquella noche, y que aún le pesa. Pero no será tan sencillo como parece: la terapia no se trata solo de reescribir su historia sino de aprender de sus acciones. Y cada vuelta al pasado servirá para descubrir algo nuevo de sí misma.

Más del número tres: Decisiones inoportunas


En la primera temporada vemos a la Érica universitaria que deberá enfrentarse al profesor de literatura que la intimidaba; a la adolescente que vuelve a su Bat Mitzvah para disfrutarlo con su familia; a la joven que evitará tener su primera experiencia sexual con el tipo equivocado; a la Érica devastada que podrá despedirse del hermano que perdió en un incendio...

Con cada sesión Érica enmienda algo de su pasado, pero eso no soluciona mágicamente sus problemas. Los sentimientos siguen allí: el dolor, el miedo, las pasiones, todo... Lo importante de la terapia no es corregir su pasado, como le asegura el doctor Tom –que siempre tiene la cita apropiada para redondear el aprendizaje de su paciente– sino entender que somos humanos, y como tales, no estamos exentos de equivocarnos. Aunque Érica (y los otros pacientes que irá conociendo con el discurrir de la serie) pueda corregir lo que le atormenta tendrá que aceptar el hecho de que las cosas no siempre serán como quisiera, porque hay un montón de factores externos que limitarán sus actos. Son muchas cosas que no puede evitar, como la muerte de su hermano. La terapia se trata de ella y de cómo lidia con sus problemas.

Pero, ¿quién es este doctor Tom? En la segunda temporada Érica es enviada al pasado del misterioso personaje y descubre que, al igual que ella, Tom fue un hombre desesperado al que las decisiones erradas empujaron a una situación extrema. “¿Qué eres –le pregunta Érica cuando se reencuentra con el doctor–, una especie de ángel?” Tom sonríe. “La respuesta a esa pregunta aún no puede ser revelada”, dice sin dar más pistas. Durante las cuatro temporadas vemos que la relación médico–paciente tampoco está exenta de problemas, de dilemas, de equivocaciones. Ambos tendrán que enfrentarlos desde sus trincheras para seguir adelante con el tratamiento.

La serie está entramada con inteligencia. La narrativa es clara, precisa. Y el argumento se respeta con el paso de las temporadas, a pesar de los saltos temporales del personaje hacia atrás y hacia delante. (Incluso Érica es enviada al futuro, al año 2019, para conocer el pasado de Kai, un tipo que también está en tratamiento, pero con otro terapeuta, y del que se enamora). Vemos a los personajes desarrollarse, padecer, gozar, recordar y vivir con intensidad; los vemos luchar contra sus recuerdos, sus miedos, su entorno; los vemos aprender de sus equivocaciones. Con cada experiencia que reviven se convierten en personas más sensatas, conscientes de sí mismas. Y de paso el espectador logra entenderse un poco, porque al final la experiencia de vivir no es ajena a nadie.

Comentarios

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