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Del terror de lo invisible al peligro de la internet

Imagina que una noche, mientras miras por la ventana de tu casa, te encuentras con que tu reflejo ha cobrado autonomía. Éste no se percata de que lo miras como en una pantalla de cine, o en un televisor. Hace una vida propia. Lo ves hacer cosas que tú no harías. Y quizás por eso alguien llega hasta donde está para asesinarlo. Presencias su muerte, que también podría ser la tuya. Y a partir de este hecho comienzas a vivir la persecución de un siniestro personaje que se mueve (y tal vez vive) en la internet. ¿Qué relación hay entre una cosa y la otra?, te preguntarás, tal vez. Y mientras intentas averiguarlo, los fantasmas de la ciudad en la que vives (en este caso, en la centenaria Ciudad de México) se levantan de sus tumbas para hundirte en la noche más oscura que hayas conocido.

Esta es la historia de Alfonso Alandaluz, un joven corrector de estilo de un periódico importante del centro de la ciudad.

Alfonso descubre, para su sorpresa, que su reflejo en la ventana ha cobrado vida propia: se mueve por el departamento de soltero –de solitario, como acertadamente lo llama– que habita en un conjunto habitacional de Colina del Lobo, en el histórico barrio de Mixcoac. Al principio parece una extravagancia que mira con curiosidad. Allí está él –que bien no podría ser él, sin embargo–, viviendo una vida que no es como la suya: recibe visitas, sale con ellas; incluso hay una mujer con la que sostiene relaciones amorosas. El reflejo hace que Alfonso, un hombre solitario, que está en el abandono, se sienta acompañado, «Y una compañía, cualquiera que ésta sea, no es cosa de desdeñarla así nomás». Le parece que aquél tiene mejor vida que la suya, que consigue lo que él no. Incluso despotrica contra sí mismo por ser como es («Estaba harto. Hasta un ser inexistente disfrutaba más que yo de la vida; por mi parte, creo que nunca aprendí a hacerlo»), de su trabajo (en el que se siente infravalorado), de su vida sentimental («Giré sobre mis talones y me di de narices con el vacío de mi casa. Cuánta soledad era el olvido»). Y más adelante, sentencia: «La vida real no es tan excitante como en las películas o las novelas. No, de ningún modo», como si lo que viera en el cristal de su ventana lo fuera.

La relación del reflejo con la misteriosa mujer se trastoca. Al parecer él va a dejarla. Ella, una desconocida y, sin embargo, de algún modo familiar, no va a permitirlo. La mujer saca una escuadra de su bolso de mano y le pega dos tiros al reflejo de Alfonso. La visión se convierte en una pesadilla que, de forma vertiginosa, se irá complicando. Alfonso no entiende lo que sucede –y nadie en su lugar lo haría–: de pronto tiene sueños lúcidos en el que vive su propia muerte.

Dos mujeres entran en escena: Alejandra es una mujer contradictoria, apasionada, medio cínica y hasta bruja (lee las cartas, hace encantamientos y busca amarrar a Alfonso a como dé lugar). Al principio parece una buena compañía, para pasar el rato, la única con la que Alfonso convive. Y Marcela, una compañera del trabajo a la que conocemos en el momento en que el protagonista se le declara, un poco en broma, un poco en serio. A diferencia de Alejandra, esta mujer parece más centrada, serena, segura. Cuando está con ella Alfonso se descubre en calma, a pesar de lo que le sucede. Pero hay algo que lo inquieta. Por eso la rehuye. «Me intrigaba por qué mantenía a distancia a Marcela, cuando me interesaba tanto. No hacía nada por verla. Me daba cuenta de que con eso solo fomentaba el riesgo de perderla en cualquier momento...» ¿A qué le teme? Y se responde: «Pues, a eso. A comprometerme en una empresa en la que no creía mucho. Pero, había veces en las que la soledad en las que vivía cotidianamente me estrangulaba.»

El verdadero peligro se acerca.

El reflejo de lo Invisible, Humberto Guzmán

Mientras trabaja en la computadora del periódico, y con los nervios de punta por lo que le sucedió a su reflejo, Alandaluz recibe, de forma misteriosa, un montón de imágenes extrañas de caballos a galope por playas y paisajes de ensueño. Él mismo se considera un inexperto de la computación («La “tecnología de punta” jugaba conmigo. Quería manejarla a ella y era ella la que me manejaba a mí»); no sabe cómo llegaron hasta allí ni qué significan aquellas imágenes. De pronto surge una que lo descoloca. En el monitor aparece la sala a oscuras de su departamento, y al fondo, la ventana en la que ocurren las visiones; una sombra difusa se desplaza de lado a lado. Alfonso mira consternado el monitor durante un tiempo indeterminado. Sus compañeros están preocupados por él: parece afectado. ¿Lo vieron?, pregunta tratando de entender lo sucedido. No, nadie más vio lo que refiere. Luego de sufrir un ataque de nervios Alfonso sale a las calles del centro, se interna hacia el corazón de la ciudad, y se dirige, por alguna oscura razón, a la plaza Imperial, lugar donde alguna vez se erigió la ciudadnación más poderosa del valle de México: los mexicas (o aztecas). Los fantasmas del lugar son invocados. Alfonso pierde la conciencia y despierta horas más tarde en una sala de hospital.

Después de aquel episodio nadie creerá lo que está viviendo. Ni sus compañeros de trabajo, por los que no siente ninguna simpatía, ni su psicoanalista, un hombre escéptico, frío, que lo diagnostica como un depresivo con alucinaciones, lo que lo lleva a sumirse en una soledad todavía más pesada, densa. «No se podía confiar en nadie. Me había perdido en una noche sin principio ni fin y saber esto me dolió». Solo tiene a Alejandra, en la que no confía pero aparece cada vez que la necesita (e incluso cuando menos la espera). Y Marcela, a la que pretende pero rehuye.

Una tarde Marcela comparte con Alfonso una nota internacional curiosa: un escocés, llamado Samuel Mc Intrye, y su colega, el español don Luis Hidalgo, han desaparecido. ¿Qué tiene eso de extraordinario? Pues que ambos trabajaban en una investigación extravagante para el mítico año 2000, cuando se auguraba que sucedería el fin del mundo: la transmigración y transportación de los cuerpos a través de la internet. Al parecer lo habían conseguido. Pero, ¿con qué fin? Más tarde se diría, también por la prensa internacional, que buscaban la inmortalidad. Aparentemente Mc Intrye había encontrado la forma de vencer a la muerte en las ancestrales culturas prehispánicas del valle de México, que solían alimentar con sangre a sus dioses para que éstos no murieran.

La historia parece inverosímil, aunque Alfonso admite que los avances tecnológicos, incomprensibles para él, estaban alcanzando un desarrollo insospechado que rayaba en lo milagroso. Pero los avances tecnológicos no son perfectos. Cada paso hacia delante abre una nueva caja de Pandora: «El colmo de la modernidad era que por medio de la internet se sostenía toda clase de relaciones comerciales, políticas, sexuales, amistosas, polémicas, matrimoniales y, entre otros etcéteras, hasta guerrillas cibernéticas y actos de terrorismo...» Y concluye: «ésos eran los tiempos en lo que todo podía ser».

El terror se desata cuando lo intercepta, cerca del periódico, don Luis Hidalgo. El español está en México. Y conoce el secreto del reflejo de Alfonso. Necesita darle un mensaje. Pero Alfonso no quiere escucharlo, por lo que huye del encuentro. Sin embargo, escapar de esta amenaza no será fácil. El escocés toma la iniciativa: lo acosa a través de la computadora de su trabajo; incluso se materializa dentro de su departamento. Ha conseguido poderes sobrenaturales. ¿Qué tiene él que el escocés no pueda conseguir con ese poder? ¿Y qué importancia tiene un simple corrector de estilo de un periódico en ese enredo cibernético? «No tenía la menor idea de qué era aquel relajo; todo se reducía a un concepto: internet». Mientras intenta descubrirlo su mundo se sacude. Alfonso va de un lado para otro, perdido, metiéndose en vericuetos cada vez más intrincados, siempre solo. No puede confiar en nadie porque nadie parece ser lo que es: su psicoanalista intenta medicarlo para alejar a los «fantasmas» que lo persiguen, tal vez con una intención oculta, maligna; Alejandra se presenta a veces como salvadora, a veces como victimaria; la misma Marcela, que aparentemente juega un doble papel en esa historia. Ni siquiera la ciudad en la que vive es lo que parece: de día es clara y luminosa, pero por la noche se vuelve un misterio, se hace peligrosa.

Los avances tecnológicos y el poder de la internet –que Guzmán ya advertía desde aquel año– se combinan, para nuestro asombro, con el esoterismo, la «magia negra» y los mitos de las antiguas naciones indias. Parece un juego de poder entre el futuro y el pasado que abre una temible brecha en el presente, que hace que el protagonista sienta que deambula entre los vivos y los muertos. La trama se teje con maestría. El resultado es una novela de intrigas, de ciencia ficción, con rasgos góticos (que Guzmán ha cultivado a lo largo de su carrera), innegablemente fantástica, de suspenso.

Editada por Libros del Conde en el año 2017, El reflejo de lo Invisible es una novela de la que uno difícilmente se desprende no solo porque su narrativa es admirable, sino porque Guzmán no deja de sorprendernos con cada movimiento. El lector se encontrará atrapado (no entre lo verdadero y lo virtual, como el protagonista) en esta novela de principio a fin. Con esto Humberto Guzmán nos demuestra que todavía existe una literatura de altos vuelos, lejos de los reflectores, y de las grandes casas editoriales, que muchas veces se dejan llevar solo por la demanda del mercado, esperando por nosotros. Cada libro suyo es un viaje a un lugar que ya hemos visitado pero que siempre tiene algo nuevo que ofrecernos. Como la misma Ciudad de México, que no deja de transformarse, que está viva y que todavía esconde algunos secretos.

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